
Peinando olivos
El vareo del olivo es una técnica ancestral que ha sido utilizada por los agricultores durante siglos.
Una colilla (también llamada chusta o pava en el lenguaje coloquial) es lo que queda de un cigarrillo consumido. Podríamos definirlo como una huella de un hábito de consumo humano. Las colillas son unos objetos pequeños, a veces minúsculos y constantes, en nuestros itinerarios cotidianos. Son diminutas, matonas y abrasivas. Sí no te fijas, pasan desapercibidas.
Con la aceleración de la vida cotidiana en las ciudades, el caminar se convierte en numerosas ocasiones en un movimiento dentro de un flujo de ciudadanos que transitamos de un lugar a otro. Llevados por un ritmo donde la rapidez es aplaudida y la idea de «perder tiempo» significa estar descompasado con el orden de las cosas, Ortiz (1994). Esta es una de las razones por las que es menos probable que reparemos en estas minúsculas huellas, además de estar normalizado el verlas como parte del paisaje.
Efectivamente, son los restos de los cigarros que se consumen y se tiran a la calle acabando en las alcantarillas, diferentes orificios de espacio urbano o recogidos por barrenderos cumpliendo su servicio de limpieza…Huellas de uno de nuestros hábitos más perseverantes, el de fumadores que consumen tabaco y apagan en los ceniceros u otros espacios que son usados como si fueran receptáculos para los restos de pitillos. Podemos advertir que el suelo de la calle, tanto de las aceras como las calzadas hacen de cenicero en considerables ocasiones. Al igual que los adoquines de Plazas Mayores de algunas ciudades como Madrid capital, unos cuantos alféizares de ventanas de bajos o sótanos, debajo y alrededor de las mesas de terrazas, maceteros de restaurantes o los pies de los árboles, ese trocito de tierra donde está plantado el árbol urbano. Todos estos lugares transformándose en ceniceros improvisados.
Cada año se tiran al suelo 4.500 millones de colillas en todo el mundo. Este gesto, aún común para muchos, está cargado de consecuencias. Con el viento o la lluvia, las colillas de cigarrillos se transportan hasta las alcantarillas o arroyos antes de terminar en el océano. Se debe de considerar un residuo que se ha de depositar en su contenedor adecuado. En este caso, el ideal es un cenicero que luego se vierta en el contenedor de restos.
Algunos de los impactos de este hábito de usar cigarros y tirar COLILLAS son:
-Si se arroja aún prendida o está mal apagada, puede provocar incendios.
-Si se tira al suelo, los animales pueden confundirlo con comida y, por ejemplo, un perro puede morir si se lo come ya que las colillas contienen nicotina que es tóxica para ellos. La cantidad de nicotina en una sola puede ser suficiente para causar una intoxicación grave e incluso la muerte, especialmente a miembros nuestra familia canina que sean de tamaño pequeño o cachorros.
-La colilla puede terminar en el agua y una sola contamina aproximadamente 50 litros de agua dulce y entre 8 y 10 litros de agua salada. Este residuo contiene más de 70 sustancias tóxicas y cancerígenas, como nicotina, alquitrán, metales pesados y otras sustancias químicas, que se liberan al entrar en contacto con el agua, dañando la flora y la fauna de los ecosistemas acuáticos. Los peces se envenenan y aves u otros animales a menudo confunden las colillas con comida.
Aunque se podría pensar que la colilla que cae en la acera la van a recoger, es muy probable que termine en el agua ya que «puede viajar». Imaginárosla arrastrada por el agua de una manguera y colándose por la alcantarilla…
Además, contienen micro plásticos al estar hechas de acetato de celulosa, un tipo de plástico, contribuyendo a la generación de micro plásticos que contaminan los océanos, ríos y la vida marina. Una sola colilla podría ser lo suficientemente tóxica como para matar a todos los peces de un acuario en menos de tres días. Y para colmo, es de larga degradación. Las defino como matonas pues cada una de ellas puede tardar hasta 12 años en desintegrarse completamente, lo que prolonga su impacto contaminante en el medio ambiente. Pareciera que estuvieran fuera de lugar y podríamos calificarlas como contaminación… recordando el análisis que la antropóloga Mary Douglas realizó sobre los conceptos de contaminación y tabú: «La suciedad, tal como la conocemos, consiste esencialmente en desorden (…) La suciedad ofende el orden. Su eliminación no es un movimiento negativo, sino un esfuerzo positivo por organizar el entorno…». Siguiendo a la autora con la idea de que «el universo entero se encuentra sometido a los intentos que hacen los hombres para obligarse unos a los otros a un buen comportamiento cívico. Así nos encontramos con que ciertos valores morales se sostienen, y ciertas reglas sociales se definen, gracias a las creencias en el contagio peligroso…», Douglas (1973: 14-16).
Quisiera agradecer el oficio tan necesario y no suficientemente valorado, como el del BARRENDERO. Una mañana de domingo acompañe a uno de la cuadrilla madrileña durante uno de sus recorridos (desde Plaza del Ángel hasta el final de la calle Huertas y aledañas). Me explicó amablemente, mientras se afanaba con energía, eficacia y rapidez en vaciar las papeleras ¡prácticamente deshabitadas! que necesitaba dejar impecable su ruta antes de que se despertasen los madrileños. Me comentó que «las calles son los ceniceros…se usan de ceniceros. Las calles por donde pasa la barredora y los sopladores son más limpias…». Cuando íbamos al lado de los sopladores se movía la ceniza y en ese momento, Madrid olía a cenicero. Eran las 8:20 de la mañana del domingo, casi estaban listas las calles.
Esto nos lleva a fijarnos en un posible efecto contagio del que nos habla el sociólogo Ignacio A. García respondiendo afirmativamente a la pregunta de ¿existe el efecto contagio? Da a entender que, en un entorno limpio, que aparezca una lata o una botella en el suelo es difícil. En cambio, cuando hay una lata en el suelo, es mucho más fácil que aparezca la segunda. Y, si hay dos, muchísimo más fácil que aparezca la tercera. Esto es aplicable a las colillas.
Para terminar, no quiero dejar de destacar que cada vez hay más concienciación sobre el efecto devastador que una simple colilla produce en el medio ambiente reflejándose en diferentes movimientos como el de ‘No más colillas’ que nació en verano en numerosos puntos del litoral catalán que, con el apoyo de entidades ecologistas, reúne a voluntarios para la recogida de colillas en playas. Además, hay ayuntamientos que invierten en la colocación de señales y ceniceros en espacios públicos y fomentan el uso de ceniceros portátiles. Algunos grupos políticos ven la importancia de cambiar este hábito de usar y tirar y proponen medidas con vocación educativa y no sancionadora. Y otros consideran que es importante incrementar las sanciones como medida disuasoria.
Como expresa el dicho, dejo un melón abierto, para explorar las muchas posibilidades a debatir sobre la importancia de «los pequeños gestos».
9 de septiembre 2025

El vareo del olivo es una técnica ancestral que ha sido utilizada por los agricultores durante siglos.

¿Y si miramos con otros ojos? Muchas veces, los objetos que creemos inservibles pueden tener una nueva vida.

Plantar árboles podría considerarse un hábito sostenible ya que contribuiría a restaurar el medio ambiente y sería una manera de combatir el cambio climático pues los árboles absorben CO2.